- Teniendo Alvaro como quince años, trabajaba en una hacienda de su hermano Alejandro, situada como a treinta leguas de Siquisiva. Ambos dormían en una misma pieza, y una noche, estando ya dormidos, Alvaro despertó sobresaltado y quejándose en forma angustiosa. Alejandro despertó, y al darse cuenta de lo que le pasaba, se apresuró a preguntarle, azorado, la causa de aquello. Alvaro, ya vuelto en sí, le dijo que acababa de tener un horrible sueño en que había visto muerta a su madre. La impresión de Alejandro fue terrible.Con todo, trató de serenarse y de calmar a Alvaro, diciéndole que eso no pasaba de ser una pesadilla y que continuara durmiendo. Pero Alvaro ya no pudo dormir y el resto de la noche lo pasó en vigilia. Al amanecer, escucharon el galope de un caballo que se acercaba a la casa de la hacienda. ¿Pero qué sucedía? Era, nadamenos, un enviado especial que llegaba a darles la triste noticia de que nuestra madre había fallecido en Huatabampo esa misma noche. Alvaro jamás olvidó esa pesadilla. Cada vez que la contaba se ponía sumamente nervioso,Rosa Obregón no agregó más, pero aquello hubiese confirmado, seguramente, la presencia obsesiva de la muerte en la vida y sueños de Alvaro Obregón.El 23 de febrero de 1909 Obregón escribió un poema titulado «Fuegos fatuos», en el que se perciben ecos de las Coplas de Jorge Manrique: «Nuestras vidas son los ríos / que van a dar en la mar, / que es el morir; allí van los señoríos derechos se acaban de consumir,de máschicos, allegados, son iguales los que viven por sus manos d e los ricos.Si se deja a un lado todo juicio literario y se piensa en la tragedia familiar del hombre que lo escribía, «Fuegos fatuos» revela dos rasgos perdurables: un alma quebrada por la muerte y desdeñosa de la vida:
Cuando el alma del cuerpo se desprende y en el espacio asciende,
Las bóvedas celestes escalando,las almas de otros mundos interroga y con ellas dialoga,para volver al cuerpo sollozando:
Sí, sollozando al ver de la materia/,la asquerosa miseria con que la humanidad en su quebranto,arrastra tanta vanidad sin fruto,olvidando el tributo que tiene que rendir al camposanto.
Allí donde el “Monarca y el Mendigo” uno de otro es amigo;donde se acaban vanidad y encono,alli donde se junta al opulento el haraposo hambriento,para dar a la tierra el mismo abono.
Allí todo es igual;Ya en el calvario es igual al osario;Y aunque distintos sus linajes sean,de hombres, mujeres, viejos y criaturas,en las noches oscuras,los fuegos fatuos juntos se pasean.
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